Francisco Mira, de 59 años y natural de Santomera, es un referente nacional e internacional del montañismo y la aventura. Su trayectoria incluye ascensos al Aconcagua , Kilimanjaro, Mont Blanc, Mckinley o el Pico Lenin, así como una expedición al Polo Norte Geográfico o su participación en la Titan Desert, entre otros hitos.
Paco Mira “Quitín” nos habla de su aventura en la primera travesía española por el paso del noroeste del ártico canadiense.
Mi nombre es Quitín y acabo de volver de una de las experiencias más duras y transformadoras de mi vida. Durante 40 días recorrí, junto a mis dos compañeros de expedición, más de 600 kilómetros sobre el hielo ártico hasta alcanzar el Polo Norte Magnético de Ross. Ahora, desde la calma del regreso, puedo decir que fue una aventura extrema. Y que su recuerdo, ya grabado en mi piel y en mi memoria, me acompañará para siempre.
El instante que lo cambió todo
Nunca olvidaré el momento en el que dejamos atrás el mar de hielo y pusimos pie en la isla King William. Ese instante significó mucho más que el final de una travesía: fue la confirmación de que lo habíamos conseguido. Solo tres personas lo habían logrado antes. Y nosotros lo hicimos por medios no mecánicos, siendo los primeros seres humanos en llegar al Polo Norte Magnético de Ross arrastrando nuestras pulkas, paso a paso, sin ayuda externa.
Cada día fue una batalla. Contra el frío, el viento, el cansancio… y contra uno mismo. Uno de los momentos más duros fue atravesar zonas con bloques de presión de hielo de hasta tres metros de altura. Avanzar 500 metros podía llevarnos una hora. Teníamos que quitarnos los esquís, tirar de las pulkas a mano y mantener el equilibrio sobre superficies traicioneras.
Las noches tampoco daban tregua. Parar a montar la tienda con el sudor congelado en el cuerpo era un reto en sí mismo. En una ocasión sufrí una convulsión por hipotermia y me salvó una bolsa de agua caliente que normalmente usábamos para calentar la comida. En otro tramo, entre el 21 y el 28 de abril, una fuerte diarrea me debilitó tanto que estuve a punto de pedir el rescate. Pero aguanté, empecé a mejorar, y seguimos adelante.
Un equipo, una misión
Nada de esto habría sido posible sin el equipo, formado por Sechu López, José Trejo y un servidor. No solo por el compañerismo, sino por la pura necesidad. Mientras dos montábamos la tienda, el tercero colocaba la valla perimetral contra osos. Hacerlo todo solo habría sido inviable, especialmente en condiciones extremas. De hecho, un explorador japonés lo intentó por su cuenta y abandonó tras solo 100 kilómetros.
La preparación también fue clave. Llevo 40 años entrenando a diario. Para esta expedición, arrastraba ruedas de coche por la montaña atadas a un arnés. No era solo cuestión física, sino también mental: aprender a no tener prisa, a tomar cada decisión con calma, sabiendo que un error allí podría costarte la vida.
El deshielo del futuro
El impacto del cambio climático fue evidente durante la travesía. Lo que hoy hemos logrado, en veinte años será imposible. Cada vez hay más vías de agua, más zonas inseguras, más señales de un entorno que se descompone. Lo que antes era hielo sólido hoy es terreno quebradizo. Y esta expedición, más allá del reto deportivo o personal, ha sido también un grito de alerta.
¿Por qué lo hacemos?
Durante muchas noches me hice esta pregunta: ¿qué nos mueve a meternos en una experiencia así? Creo que la respuesta está en la necesidad de descubrir, de comprender nuestros límites, de conectar con la naturaleza en su forma más pura y vulnerable. También en el deseo de dejar testimonio. De decirle al mundo que el tiempo corre. Que aún estamos a tiempo de cambiar. Pero no por mucho.
Gracias a todos los que habéis seguido esta expedición. Gracias a Hozono Global por acompañar esta aventura con propósito. El hielo me ha enseñado muchas cosas, pero sobre todo una: que no estamos tan lejos del punto de no retorno. Y que la lucha contra el cambio climático no puede esperar.